¡¡1980 Los Sanfermines que me marcaron!!

Encierro del 7 de julio de 1980

El lunes 7 de julio de 1980 pasamos a la celda de aislamiento, dentro del calabozo, acusados de sedición el cabo Moris, el cabo oficinista, un artillero y yo (cabo Giménez Megías). El motivo: el incidente sucedido la víspera.

Aquella mañana en la 2ª Bia estaba de cabo cuartel el cabo Moris, compañero y amigo de mi mismo reemplazo (78/8º). Al toque de diana salimos a formar, como cada mañana, pero al sargento V., que estaba a cargo de la batería, le pareció que se había salido a formar sin la debida rapidez y, como castigo, nos dejó formados mientras iba a dar novedades al cuerpo de guardia.

Este lapso de tiempo es el que solíamos aprovechar todos para asearnos antes de volver a formar para ir a desayunar. El castigo fue mal aceptado por los artilleros, pues lo considerábamos un injusto «arreón» propio del carácter del sargento. Algunos empezaron a proponer que no saliéramos a desayunar (a desayunar, por otra parte, iba quien quería, pues parte de los artilleros solían hacerlo en la batería con las provisiones propias).

El caso es que, cuando el cabo llamó a formar para el desayuno, nadie salió. Cuando fue a informar al sargento de que no había nadie para desayunar, este le ordenó que mandase a formar a toda la batería. Y salimos todos a formar. Pero el sargento, que había oído el alboroto desde su cuarto, nos dijo que aquello era un acto de sedición y que a la vuelta del desayuno iba a pedir al cabo cuartel 7 nombres de los responsables de lo sucedido.

Fuimos todos a desayunar y había una gran tensión en el ambiente. Tras el desayuno, el sargento se encerró con el cabo cuartel en la oficina, donde estaba también el cabo oficinista haciendo su trabajo.

Yo mandé a los artilleros a limpiar colillas a la cuesta del hangar y me fui a la entrada de la batería, frente a la puerta de la oficina, a esperar y ver qué pasaba. Al poco, salió el cabo oficinista y me contó que el sargento había apuntado a un artillero al que había oído desde su cuarto y que el cabo cuartel Moris no hacía más que dar vueltas sin dar ningún nombre. Me dijo también que él había intentado mediar en la discusión y que el sargento le mandó fuera y le añadió a la lista de sediciosos…

Aquello me encendió, convencido de la falta de razón del sargento en todo aquello, y entré en la oficina y entablé una discusión con el sargento argumentándole que la situación era absurda, pues, siendo voluntario el ir a desayunar, no podía hablarse de sedición. Y que, en el momento en que salir a formar para desayunar se impuso como orden, nadie se opuso a salir. La discusión fue tensa, y yo le responsabilicé de lo sucedido. A lo largo de la misma, me sacó una frase que se convirtió en su principal argumento contra mí, y es que «me adhería a la actitud de mis compañeros». Aquello, en los oídos de algunos, parecía tener implicaciones casi revolucionarias. Y así pase a la lista de sediciosos.

Finalmente el cabo Moris tampoco le aportó ningún nombre y el suyo pasó a completar la temida lista.

Aquella noche no se si la pasamos en prevención o arrestados en la batería. A la mañana siguiente, 7 de julio, mientras estábamos  formados, recuerdo que pasó por detrás de nosotros creo que el brigada o sargento 1º de la 3ª Bia, al que llamábamos «el moro», diciendo: «Ese que se adhiere a la actitud de sus compañeros se va a enterar».

Esa misma mañana ingresamos en la celda de aislamiento que estaba dentro del calabozo. De allí, para salir a los baños, había que llamar a la guardia. Era un cuarto pequeño y sombrío, con las «comodidades» propias del calabozo: literas sin colchón ni cabezadas, solo un par de mantas.

No sé si fue ese mismo día, o el siguiente, cuando nos sacaron por separado para tomarnos declaración. Y quedamos a la espera de un posible juicio militar por sedición que podía haber supuesto entre 6 meses y 6 años en Mª Cristina, una expectativa que, ciertamente, nos tenía acojonados (aunque yo estaba convencido de que no podía ser, que era absurdo, que, de pasar, procuraría que transcendiera a la prensa… ya me veía en «el Interviú»).

Recuerdo que, alguna de las veces que vino el brigada a contarnos como iba el tema, algunos de mis compañeros se derrumbaron. Si a mí no me pasó es porque estaba convencido de que aquello no podía ser sedición y había hecho lo que tocaba.

Finalmente, creo que a los tres días, desde Comandancia general de Melilla llegó que se rechazaba el caso. Pasamos al calabozo, con una condena para el cabo cuartel creo que de un mes por no sé qué falta leve. Para el cabo oficinista y el artillero, dos meses por la falta leve de no salir a formar o algo así. Y a mí me dieron el «privilegio» de dos meses por la falta leve de «adherirse a la actitud de sus compañeros». Durante años tuve enmarcada la orden del día donde se publicaron las condenas, pero en alguno de mis traslados se me extravió. ¡¡¡Lástima!!! Estaba orgulloso de mi «hazaña».

Consecuencias y cosas del honor y del carácter

Dos meses de estancia en el calabozo traían aparejado un retraso en la licencia de 10 días por mes. Pero ahí tuvimos suerte y el día de 25 de julio, Santiago Apóstol, Patrón de España, hubo un indulto y salimos del calabozo. Gracias a eso nos licenciamos con nuestros compañeros. Por otra parte, aunque dormíamos sin colchón, la reclusión tenía sus ventajas: no hacías cola para el comedor, al que se acudía escoltado por la guardia, todo un lujo. Tampoco nos dábamos las palizas de instrucción habituales en la 2ª Bia. Me quedé sin ir a unas prácticas de tiro con MG y granadas, eso sí me hubiera gustado.

Tampoco pude presentarme a las pruebas de cabo 1º pues fueron a mediados de julio, y continué como cabo apuntador. Teniendo en cuenta que me gustaba disparar mi obús, casi que una suerte.

Pidieron mi degradación de cabo, pero afortunadamente fue rechazada.Por otra parte, me trataban con más consideración, especialmente el sargento V. Mi teniente parecía debatirse entre la desconfianza y todo lo contrario.

Fui a prevención bastantes veces por insignificancias. La guinda fue cuando, durante las fiestas de Santa Bárbara, mi teniente N., con algunas copas de más, me preguntó si le guardaba rencor. Sin esperar mi respuesta, me dijo que había salvado el honor de la batería. Cosas de mi teniente.

La última consecuencia fue que en «la blanca», en el apartado de carácter, en vez del consabido «Carácter: Normal», me condecoraron con «Carácter: POCO» Hay que joderse.

Esa es mi historia tal como la recuerdo 40 años después. Sin duda, el episodio más relevante de mi mili y que siempre he recordado con una sonrisa. Desde entonces, nunca me han faltado líos en los que dar un paso al frente.